Hacía tiempo que un mes no reunía en cartelera tantos títulos interesantes. Octubre se está convirtiendo en la mejor época del año para invadir las salas de cine y contribuir en el séptimo arte. La 51ª edición del Festival de Cine de Sitges, ‘Todos lo saben’, ‘Venom’, ‘First Man’, ‘Ha nacido una estrella’, ’Petra’ y una larga lista para divertirse y utilizar, eso sí, en el día del espectador. Ya hace una semana que cayó la nueva de Rodrigo Sorogoyen. Se ha ganado a pulso entrar en él, en el pico de los mejores cineastas de este país. En su haber ya colecciona dos excelentes trabajos –‘Que dios nos perdone’ y ‘El reino’- y un notable, su ópera prima, ‘Stockholm’. Es su tercera película en solitario, cuarta en total. No olvidemos que la primera, ‘8 citas’, fue co-dirigida con Peris Romano.
El cineasta madrileño recurre esta vez a la ebullición de la política española. El film, lleno de tintes de corrupción, es capitaneado, en primer lugar, por una soberbia filmación, por no decir que aún mejor es el montaje, y, en segundo lugar, por Manuel López Vidal (Antonio de la Torre). El actor malagueño encarna a un político autonómico con afán, delirios de grandeza y capaz de traspasar los muros del turbio mundo de la ilegalidad.
Lo admito, en mis entrañas quiero encasillar a de la Torre, pero no puedo. Tiene marcado ese rostro de español de los 60, el del picoteo y la farándula. Si lo pienso bien, esa década fue, tal vez, el nido de los pretenciosos aspirantes a política de este país. Pero él se deshace de cualquier prejuicio, se reinventa y se mete en la piel de un tartamudo, un político o en cualquier altura interpretativa. Ha vapuleado, hasta el momento, todos los registros posibles. De hecho, me continúa gustando ese prejuicio contra él porque siempre contragolpea con un buen gancho.
Sorogoyen le envuelve en ‘El reino’ de poderío. Un ejemplo, el plano dorsal que no se despega prácticamente de López en toda la película. Es una muestra que el personaje va por delante del espectador, que lo que está por venir aún no nos ha llegado a los ojos. Qué fácil que lo ilustra el director, pero qué difícil es hacer lo que él consigue, al nivel de muy pocos. Cuando vean el magistral plano secuencia realizado en casa de uno de los personajes, Bermejo –compañero político de López-, entenderán que realización se escribe con –r de Rodrigo. Tan sólo estoy haciendo apología al talento que hay en sus films.
El chapapote político que recorre la sociedad valenciana –ambientada en esa comunidad- es completamente asfixiante. E infame era, es y será, si nadie ni nada lo remedia, cómo ellos, los dirigentes, derrochaban –me ahorro los otros tiempos verbales por dolor a pensarlo – el poder monetario de las arcas públicas. Se ejemplifica muy bien en una de las primeras secuencias, la de la comida. Parece inspirada en ‘la última cena de Jesús y sus 12 Apóstoles’. Buena comida sí que hay, como en la Biblia, pero la diferencia en este caso es que es de día y no aparece Jesús y los suyos, sino Lucifer y los aprendices. Bueno, sin que nadie se ofenda, es cuestionable hablar hoy en día de la bondad del cristianismo.
Durante éste thriller no aparecen siglas ni nombres de algún partido o cargo público, pero queda claro a quién se refiere. Da pistas más meticulosas, por ejemplo, cuando se cuela una escena grabada en los pasillos de Unidad Editorial, concretamente en la del diario El Mundo.
Al excelente tacto que hay sobre la intriga política, se le une la acertada banda sonora, música de Olivier Arson. Son como pellizcos de tonos electrónicos que invitan a 122 minutos de guión bien anclado.
El pegote lo pone la sobreactuada actuación de Bárbara Lenie. Un papel que va de menos a más, pero poco creíble, si tenemos en cuenta todo lo que ha ofrecido Lenie hasta entonces. Da vida a Amaia Marín, una periodista con ganas de destripar la actualidad, pero con poca fuerza para contarla. Me remito a, por ejemplo, cuando lee el teleprompter en el informativo. Es actriz, sí, pero no interpreta bien el tono de la locución de una comunicadora, algo que parece secundario, pero no menos importante.
A pesar de ser un largometraje previsible, el final de oro redondea un trabajo impecable y un mensaje necesario para un país manchado por lo que todos ya sabemos. No lo olviden, se paga un precio muy alto por el poder.
Nota: 8,5
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